30 de junio de 2003

Patentes sobre la Vida.

Mindahi C. Bastida Muñoz

Las patentes surgen con el fin de proteger invenciones y de darle derechos exclusivos al inventor de las ganancias que deriven por su comercialización durante una cantidad de años predeterminados.

Aunque las patentes surgen hace más de quinientos años, la mayoría de los sistemas de patentes no tienen más de doscientos años. La revolución industrial fue el principal motor de las invenciones y por supuesto de las patentes como resultado de su protección.

Las patentes sobre tecnología habían sido las más comunes hasta finales de la década de 1970. Con el surgimiento de la biotecnología y su visibilidad más notoria, a principios de los 1970, el problema se torna controversial. Actualmente el sistema de patentes sobre la vida amenazan con el despojo de información genética de seres vivos, plantas y animales, así como del conocimiento tradicional de los pueblos indígenas.

PATENTES.

Para obtener una patente, el solicitante debe de probar que su invento tiene las siguiente características.

Cuando surgió la necesidad - hace unos quinientos años - de proteger del robo y premiar a los industriales de sus creaciones. Se establecieron inicialmente las patentes con fines justos. Con el tiempo la legislación sobre patentes ha sido desvirtuada y manipulada. Este sistema pasó de un tiempo pasivo a un tiempo activo. El sistema se ha convertido en un instrumento monopolista por sus inversionistas y se le ha cuestionado más recientemente con la inclusión de patentes sobre la vida. A comienzos de la década de 1980, se hace más visible el patentamiento sobre organismos vivos o de los llamados genéticamente modificados (OGMs).

Son dos los elementos que han acelerado esta situación: 1) el desarrollo acelerado de la ingeniería genética. 2) la riqueza comercial de los recursos genéticos, las especies domesticadas y silvestres así como los saberes tradicionales de las comunidades y pueblos indígenas.

La controversia se manifiesta porque existe despojo de estos recursos y de los conocimientos asociados. Además, los que patentan eluden una o más características de las leyes de patentabilidad. Cuando se trata de seres vivos es muy difícil que alguien invente otro ser vivo o que haga medicina que provenga de la nada. Lo que hacen es extraer y/o manipular el material genético o las sustancias químicas del organismo que quieren patentar. Algunas veces, los que patentan ni siquiera eso hacen, sólo seleccionan el material genético para después patentar algo que ya es de dominio público o de algunas comunidades. El caso del frijol amarillo 'mayocoba' patentado como enola, es un ejemplo claro de abuso. Este frijol de dominio público en México fue patentado por un norteamericano en 1999.

La patente del frijol 'Enola' es particularmente controvertida porque su propietario, el ciudadano norteamericano Larry Proctor de la empresa POD-NERS -con sede en Colorado, EU- compró los frijoles en México en 1994 y luego de dos años, presentó una solicitud de patente monopólica exclusiva en Estados Unidos. Obtuvo la patente en abril de 1999, y acto seguido inició juicio contra las dos empresas que desde hace tiempo estaban vendiendo este frijol amarillo en Estados Unidos, reclamando que estaban violando sus derechos de patente.

En respuesta, el 20 de diciembre del 2000, el Centro internacional de Agricultura Tropical (CIAT, con sede en Cali, Colombia) presentó ante la Oficina de Marcas y Patentes de Estados Unidos en Washington D.C. una solicitud formal de revisión de la patente estadounidense numero 5,894,079 -conocida como la patente del frijol amarillo 'Enola'. Pero mientras se están tomando acciones en contra de esta biopirateria otro hecho referente a frijoles se ha venido a sumar a la lista de los abusos.

RAFI reporta que ancianos indígenas de seis comunidades andinas que cultivan frijol nuña se reunieron en febrero de este año para celebrar un tribunal tradicional quechua, con el fin de deliberar acerca de la patente número 6, 040, 503 del gobierno de los Estados Unidos sobre la semilla de este frijol "palomero" concedida a una empresa procesadora de alimentos, la Appropriate Engineering and Manufacturing. La característica genética que ocasiona el inflamiento del frijol al cocerlo, se encuentra únicamente en el frijol nuña de los Andes, mismo que los "inventores" reclaman en su patente. Después de escuchar el testimonio de testigos expertos, el tribunal indígena presentó su veredicto, que fue tajante en su crítica sobre los monopolios de la propiedad intelectual, considerados como depredadores del conocimiento, los derechos y los recursos de los pueblos indígenas.

Al existir altos intereses comerciales y económicos sobre el patentamiento de la vida, las empresas al manipular o argumentar que se trata de algo "nuevo" reclaman posesión de patentes y derechos de propiedad intelectual sobre organismos vivos. Aparte de las semillas como especies de cultivo alimentario básico, entre los organismos que ya se han patentado se encuentran microorganismos, organismos genéticamente modificados (OGM´s) animales clonados, y hasta genes humanos. Todo esto ha venido a resultar en una preocupación terrible a nivel económico, ético y político. No esta bien que algunos individuos y empresas multinacionales se adueñen de los componentes básicos de la vida, tampoco que se adueñen del conocimiento colectivo de las comunidades indígenas.

La bioprospección en comunidades y territorios de los pueblos indígenas en busca de recursos bioquímicos y recursos genéticos con un valor potencial económico se está acelerando. Esto ha causado una carrera vertiginosa al patentamiento de todo ser vivo. Además esta competencia está causando más daños que beneficios. La biopirateria se está convirtiendo en una amenaza a la biodiversidad y está ocasionando el despojo y la pérdida de saberes principalmente de los territorios de los pueblos indígenas. Las multinacionales que ostentan las patentes están sobre el botín de cobrar regalías por su uso, mientras roban plantas y saberes asociados colectivos de esos pueblos. Los campesinos tradicionales y los agricultores, por ejemplo, se verán impedidos de guardar sus semillas ya patentadas o de usar plantas tradicionales par su propio beneficio. Queda completamente claro que las empresas se están adueñando del control de la vida del planeta y de los conocimientos milenarios de las culturas que han mantenido sus saberes.

Lo anterior ha ocasionado que las empresas estén presionando a los países y a las comunidades que mantienen una alta biodiversidad para que negocien la apropiación con meras regalías económicas a través de instrumentos de derecho de propiedad intelectual (DPI). Estos son administrados en el seno de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y conocidos como los Aspectos de Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio - conocidos en español como ADPIC y en inglés como TRIPS, que obliga a todos los (135) países miembros a conceder patentes sobre organismos vivos.

El patentar a seres vivos radica en el despojo de conocimientos y acceso al patrimonio colectivo de los pueblos indígenas principalmente, con el único fin de que los monopolios de mercado obtengan ganancias económicas aseguradas a largo plazo por concepto de venta de medicamentos, alimentos y semillas biotecnológicas.

Se está ya dando el caso que los campesinos tengan que comprar semilla cada vez que quieran sembrar. Las semillas conocidas como ´terminator¨ y ´traitor´ son ejemplos claros de que la biotecnología apunta a la bioesclavitud, porque no pueden ya reproducirse naturalmente y estas acarrean riesgos enormes tanto para las comunidades como para la biodiversidad. Estas semillas son más costosas que las semillas convencionales. Esta mercantilización está orillando precisamente a la inseguridad alimentaria, la erosión genética y cultural y a toda la propuesta de desarrollo sustentable.

Algunos expertos mundiales y sabios de las comunidades indígenas han estado sugiriendo que se patenticen los conocimientos sobre los usos de la biodiversidad y poder así beneficiarse de su comercialización. Sin embargo, esta medida no es la más viable debido a que los conocimientos son generalmente de carácter colectivos. Además le costo económico que involucra una patente es muy costoso. Para mantener una patente o defenderla en su periodo de validez va desde 250,000 a un millón de dólares americanos. Además porque los DPI se han convertido en limitantes para el flujo del conocimiento y de saberes colectivos, que es donde yace el espíritu de las comunidades y pueblos originarios. Por eso muchas personas se están sumando a un movimiento cada vez más grande que rechaza las patentes sobre seres vivos. Los DPI están exacerbando la economía voraz a favor de derechos privados y nunca colectivos.

Hacen falta análisis sobre lo anterior y de las consecuencias graves que implica la biotecnología sobre las patentes de los cultivos alimentarios ( el gen BT, la soya, la brazzeína, la quinua), sobre animales (el oncorratón, carne y huevos, Tracey, Dolly), sobre medicamentos (tepezcohuite, hoodia, cúrcuma, ayahuasca) y sobre seres humanos (el bazo de John Moore, portadores africanos de VIH, el genoma humano, diversidad genética humana, cordones umbilicales humanos).

¿Qué haría Ud. si encuentra que una planta medicinal que su comunidad y familia ha usado desde tiempos ancestrales ahora pertenece a una empresa multinacional? ¿Qué haría Ud. si le intervienen quirúrgicamente y le extraen sin su consentimiento muestras de sangre y cutáneas de sus mejillas, a partir de las cuales un instituto o una empresa multinacional patenta sus líneas celulares? ¿Qué haría Ud. Si fuera un agricultor y un día le dicen que ya no puede guardar semilla porque está patentizada y tiene que pagar regalías?

Que por ejemplo, el 29 de marzo del 2001 un juez canadiense asestó un golpe mortífero contra los derechos de los agricultores al sentenciar que Percy Schmeiser, de una familia de agricultores de tres generaciones en Saskatchewan, Canadá, debe pagar a Monsanto miles de dólares por "violar" el monopolio de los Gigantes Genéticos sobre una semilla transgénica de colza-canola.

Al respecto cuestionamos el sistema de patentes sobre la vida ¿Puede acaso alguien inventar una planta o pagar los miles o cientos de años de trabajo de los pueblos indígenas, campesinos y otras comunidades que mejoraron naturalmente las variedades de plantas que hoy consumimos?


Mindahi C. Bastida Muñoz es el Presidente del Consejo Mexicano para el Desarrollo Sustentable, A.C. (COMEDES). Correo electrónico: mindahi@prodigy.net.mx